Pero, ¿qué significa negarse a sí mismo? La negación se refiere a una renuncia voluntaria a los propios deseos o intereses. Es un término fuerte que significa “no tener relación con” o “repudiarse por completo”.
Un sinónimo de esta palabra es, abstenerse. El Apóstol Pablo utiliza la analogía de un atleta para ejemplificar este principio, en 1 Corintios 9:24-25, nos dice:¿No saben que los que corren en el estadio, todos en verdad corren, pero solo uno obtiene el premio? Corran de tal modo que ganen. Y todo el que compite en los juegos se abstiene de todo. Ellos lo hacen para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible.
Los seguidores de Jesús deben renunciar a sus deseos, anhelos sueños y caprichos, es decir, de una vez por todas despedirse del antiguo yo, ese yo que es ajeno a la gracia regeneradora. Aquel que se niega a sí mismo abandona toda confianza en lo que uno es por naturaleza, y depende únicamente de Dios para
su salvación. Siguiendo la analogía del Apóstol Pablo, ¿Podría un competidor de alto rendimiento dejar de entrenar, subir de peso, abandonar su dieta y esperar los mismos resultados?
Sin duda alguna, es imposible. Humanamente no calificaría para competir, algo similar sucede con el discípulo de Jesús. La segunda marca, tome su cruz. La crucifixión es una metáfora impactante del discipulado. Un discípulo debe morir a su voluntad propia, y aceptar la voluntad de Dios, sin importar el costo. La idea de fondo es la de un condenado forzado a tomar y llevar su propia cruz al lugar de ejecución. Sin embargo, lo que el condenado hace a la fuerza, el discípulo de Cristo lo hace de buena gana. Voluntaria y decididamente acepta el dolor, la
vergüenza y la persecución que va a ser su porción particular debido a la lealtad a Cristo y a su causa. El fiel seguidor de Cristo debe obedecer e identificarse con Jesús hasta la muerte, no simplemente soportar una carga particular impuesta por el Señor. El discípulo que toma su cruz debe morir paulatinamente a su vida terrenal, carnal y depravada. Seguir a Cristo significa morir todos los días. No hay otra manera, seguir a Jesús implica muerte.
La última marca, sígame. La capacidad de seguir a Jesús noreside en el discípulo, sino en Quien lo ha llamado, pues Quien llama preserva, cuida y guarda. La determinación a proseguir en este maravilloso llamamiento reside en la obra del Espíritu Santo en la vida del creyente, pues El Espíritu nos dirige a toda verdad, es el Espíritu Quien nos dirige a Cristo. Seguir a Jesús significa confiar plenamente en Él (Jn 3:16), seguir sus pisadas (1 P. 2:21), obedecer Sus mandamientos (Jn 15:14) en gratitud por la salvación recibida en Él (Ef. 4:32-5:2).
Estas tres marcas indican una verdadera conversión, seguida por una santificación que dura toda la vida. Sencillamente, quien no esta dispuesto a hacer esto, jamás podrá seguirle. El verdadero cristianismo reside en la Obra y Persona de Jesucristo, ninguna persona lo seguirá sin antes haber sido
convocado, ni mucho menos podrá ir en pos de él, si antes no experimenta el nuevo nacimiento. El premio de este llamamiento es Jesús. La gloriosa herencia y recompensa es Cristo. ¿Estamos dispuestos a morir todos los días a causa de
Él? ¿Estoy tomando mi cruz a diario? ¿Verdaderamente estoy yendo en pos de mi Señor y Salvador? Seguir a Cristo no solo requiere aceptarlo como Salvador, sino
también sometérsele de todo corazón como Señor. En el momento de la salvación, aquellos que antes eran esclavos del pecado son transformados en esclavos de la justicia (Rom. 6:17-18) y de Cristo (1 Co. 7:22, 1 P. 2:16), de modo que los deseos, los propósitos y la voluntad del Señor llegan a ser dominantes en sus vidas. En consecuencia, los redimidos pueden declarar con Pablo: “Para mí el vivir es Cristo” (Fil.1:21); y, además: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y
ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál. 2:20).