DISCAPACIDAD ESPIRITUAL
Milagros, prodigios, proezas fueron las continuas señales que testificaron la Deidad de Cristo durante el tiempo que caminó en medio de una generación depravada, corrompida y alejada de Dios.
Después de recorrer las sinagogas de Galilea donde predicaba y echaba fuera demonios (Mr. 1:39), retornó a Capernaum (Mr. 2:1), tierra privilegiada que contempló las pisadas físicas del Mesías. Transcurridos algunos días se dispersó la noticia de que Jesús estaba en casa, las multitudes se agolparon, de manera que ya no cabían ni aun a la puerta, mientras tanto, como de costumbre Jesús les predicaba la palabra (Mr.2:2). El autor del evangelio de Marcos destaca la historia de un hombre que nunca había podido caminar y era llevado por cuatro personas (Mr. 2:3) en búsqueda de Aquel que podría retornarle la motricidad de sus piernas y el Único que podría otorgarle salvación.
Como había tanta gente, los cuatro decidieron realizar una atrevida hazaña (Mr. 2:4). En aquellos días las casas judías típicamente eran de un piso y con una terraza-patio plana a la que se accedía por una escalera exterior. Después de un lapso, extrañamente el material de lo que estaba hecho la cubierta superior de aquella casa comenzó a desmoronarse, y los pedazos de paja, espigas, ramitas y barro cayeron secuencialmente al suelo donde se encontraba Jesús. La atención de todos fue captada por aquella acción. Inmediatamente del techo descendió una camilla en la que yacía el paralitico, con la ayuda de las cuatro personas que le acompañaban, desconocidas sus identidades, pero llenas de certeza y convicción. Se había logrado la misión, estar frente a Jesús.
Al ver Jesús la fe de ellos dijo al paralitico: Hijo, tus pecados te son perdonados. (v.5). Jesús es Dios y, por lo tanto, conoce las intenciones más íntimas del corazón del hombre, no hay nada oculto delante de Su Omnisciencia. Todos los reunidos en aquella casa pudieron ver la necesidad física del sujeto, pero sólo Jesús percibió el problema más profundo e importante de su ser: la necesidad de perdón que tenía el paralitico. La humanidad pecadora no tiene una necesidad mayor que la del perdón. Esta es la única manera de reconciliarse con Dios, trayendo bendición a esta existencia y vida eterna en la venidera.
La fe vista por Jesús en aquellos hombres incluyendo la del paralitico, fue agradable y produjo delante de todos, dos milagros: el primero y más importante; el espiritual y el segundo físico. Un milagro “consiste en un acto del poder de Dios por medio del cual interviene en el mundo físico en suspensión y en contradicción con la ley natural. En otras palabras, un milagro es un acontecimiento sobrenatural en la esfera del mundo natural”.
La prioridad de Jesús era atender la necesidad espiritual que tenía aquel paralitico, un pecador culpable, espiritualmente discapacitado y en necesidad de perdón, por lo que le refirió: hijo, tus pecados te son perdonados. En pocas palabras, la mayor necesidad de todo individuo es el perdón del pecado. La necesidad espiritual de aquel hombre fue inmediatamente suplida mediante la gracia divina de Jesús.
El perdón que el Señor concedió indica una fe genuina de arrepentimiento. Este hombre junto con los cuatro debió haber escuchado de la fama de Jesús y seguramente anticipadamente creyeron que era Aquel que ofrecía salvación a quienes se arrepienten. La salvación se recibe por gracia por medio de la fe en Cristo (Jn 14:6, Hch. 4:12; 17:30-31; Ro 3:26; 1 Ti 2:5).
El lado antagónico de esta maravillosa porción bíblica se presentó en los corazones de los escribas, quienes habían presenciado al Rey Justo ministrar perdón al paralitico, cavilando: ¿Por qué habla éste así? ¿Quién puede perdonar pecados, sino solo Dios? (Mr. 2:7). Jesús percibió lo que estos escribas pensaban. Si no hubiese sido Dios, no le hubiera sido posible penetrar tan profundamente en sus corazones y pensamientos secretos. Descubriendo la vileza de sus corazones y exponiendo su perversidad, Jesús les dijo: ¿Por qué caviláis así en vuestros corazones? (Mr.2:8)
Inmediatamente Jesús los desafía a responder: ¿Qué es más fácil, decir al paralitico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: ¿Levántate, toma tu lecho y anda? (Mr. 2:9) La respuesta era sencilla. Ninguno, porque ambas son imposibles para los hombres, pero posibles para Dios. Pero eran evidencias del poder divino. Jesús tiene todo el derecho y el poder de perdonar los pecados de los hombres (Mr. 2:10) porque Él es la Imagen del Dios invisible, es Dios mismo. Dirigiendo su mirada compasiva y misericordiosa hacia el paralitico le dijo: levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa (Mr.2:11), el milagro visible de la sanidad física visito el cuerpo de aquel hombre. Jesús esperó a propósito para dar sanidad al paralitico hasta después de haber declarado su autoridad para perdonar pecados.
Todos los que estaban reunidos en aquella casa se asombraron, y glorificaron a Dios, diciendo: Nunca hemos visto tal cosa (Mr.2:12). Las personas estaban estupefactas por lo que acababan de presenciar. Al final de todo, ambos milagros: el espiritual y físico, cumplieron el propósito de toda obra de Jesús, glorificar a Dios. La restauración espiritual y física de aquel hombre fueron determinados por Jesús, pues sus palabras son espíritu y vida (Juan 6:63).
Por causa del pecado, las enfermedades son comunes en cualquier rincón del mundo. Lastimosamente muchos buscan un milagro físico que pueda restaurarles, dejando a un lado, el asunto más importante, su restauración espiritual. La condición real del hombre es que está separado de Dios por sus delitos y pecados, está muerto espiritualmente. Sin embargo, Jesús no cambia, y aquellas mismas palabras emitidas hace más de dos mil años son las mismas que sigue pronunciando a aquel que viene a Él con fe genuina: “Tus pecados te son perdonados”. Sólo a través de Jesucristo, Su Obra redentora, Su Sacrificio perfecto en la cruz, Su muerte y resurrección es como el hombre puede recibir el maravilloso milagro de la salvación. Dios continúa realizando milagros según el designio de Su voluntad, para gloria Suya. No obstante, la prioridad de Dios es atender la discapacidad espiritual del hombre.