El ejemplo de perdón de José
“Viendo los hermanos de José que su padre era muerto, dijeron: Quizá nos aborrecerá José, y nos dará el pago de todo el mal que le hicimos. Y enviaron a decir a José: Tu padre mandó antes de su muerte, diciendo: Así diréis a José: Te ruego que perdones ahora la maldad de tus hermanos y su pecado, porque mal te trataron; por tanto, ahora te rogamos que perdones la maldad de los siervos del Dios de tu padre. Y José lloró mientras hablaban.” Génesis 50:15-17.
Los hermanos tenían miedo ya que pensaban que José solo los iba perdonar porque su padre lo había dicho. La experiencia de José y la injustica por la que había sufrido a manos de sus hermanos crea en sí una “raíz de amargura.” José tenía ahora todo el poder para castigarlos, y los hermanos temían el castigo. Por eso, para remediar el daño, se acercaron y se postraron ante él y le dijeron: “Henos aquí por siervos tuyos.” Génesis 50:18. Sin embargo, los hermanos no tenían motivos para temer ya que José había guardado su corazón puro a través de todo lo que pasó, y por eso también podía ver la mano de Dios en lo que estaba sucediendo. Él los había perdonado realmente de corazón, y he aquí sus famosas palabras: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo.” Génesis 50:20.
Este es uno de los relatos más conmovedores que podemos leer en la Biblia. José que el perdón y la reconciliación eran una condición crucial para que los descendientes de Jacob pudieran mantenerse unidos y ser preservados como un solo pueblo en el futuro. Es impresionante y muy interesante reflexionar que esta nación de doce tribus tiene su origen en la reconciliación de doce hermanos.
Vence con el bien el mal
Nelson Mandela en Sudáfrica actuó de una manera muy similar a José. Fue encarcelado en la isla de Robben durante 27 años. Una experiencia así generalmente crearía una raíz de amargura. Pero, cuando relató sobre el momento en el que salió de prisión dijo: “Al salir por la puerta que me llevaría a mi libertad, sabía qué si no dejaba atrás mi amargura y mi odio, continuaría en prisión.” Comprendió que la sociedad en el futuro no podía ser construida sobre una raíz de amargura, sino que solo podía estar fundamentada en el perdón y la reconciliación.
Pablo escribe en Romanos 12:21: “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal.” Si tú dejas entrar amargura en las circunstancias de tu vida, entonces has sido vencido por el mal. Como tal, uno es incapaz de vencer el mal.
“Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados.” Hebreos 12:14-15. Esta raíz de amargura solo puede implantarse en un corazón sucio y contaminado. Además, tiene un gran efecto contagioso, y solo causa daño. Un corazón puro deja la amargura fuera.
La cruz une
“…Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación.” 2 Corintios 5:19. Por medio de la muerte expiatoria de Jesús el mundo ha sido reconciliado con Dios. La paz, que es un resultado de la reconciliación, tiene que ser preservada, y la inclinación en nuestra carne que quiere recordarnos el mal que otros nos hacen, debe ser puesta en la cruz, pues allí es el único lugar donde la mueren las enemistades. (Efesios 2:14-16).
La enemistad y la amargura causan divisiones entre la gente, pero la cruz los une. Si tú hablas mal de alguien a sus espaldas o acusas a tu prójimo, es la enemistad de tu carne la que está usando tu lengua como herramienta. “Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos… viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros.” Tito 3:3. La enemistad engendra y fomenta más enemistad. ¡Imagina salir de este círculo vicioso ahora y por toda la eternidad! Pero para ello es necesario que nosotros los cristianos no hablemos mal de otros, ni difamemos, ni seamos pendencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres. (Tito 3:2) “…De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.” Colosenses 3:13.
Podemos ver que el perdón y la reconciliación son esenciales y fundamentales en la enseñanza cristiana, y asimismo una condición para convertirse en un constructor de la comunidad.