DEVOCIONAL LEVITICO
“Preparándonos para el encuentro”
Plan de Lectura: Mateo 10:34-11:6
Versículo Clave:
“El que ama a padre o madre
más que a mí, no es digno de mí;
el que ama a hijo o hija más que a mí,
no es digno de mí;”
¿ES TODO O ES NADA?
¡Palabras fuertes! ¡Palabras desafiantes! ¡Palabras que parecieran ser muy duras, pero guardan entre sus líneas ungüento para el alma! Como dijo John Piper en su libro Asombrados por Dios: “si Jesús no reclamara un amor mayor que el que profesas tener por tus hijos, estaría entregando tu corazón a lo que no puede satisfacer para siempre”. ¿Puede un seguidor de Jesús amarle menos que a su familia y vida misma? Podríamos responder que no, sin embargo, nuestras acciones podrían decir exactamente lo contrario.
Nuestro Señor Jesús continuamente enseñaba a sus discípulos sobre la prioridad que tenía Él en la vida de cada uno de ellos. No existe nada malo en amar a aquellos que pertenecen a nuestra familia biológica, familia de fe, prójimo, etc., de hecho, estamos llamados a hacerlo (Juan 13:34; Gálatas 5:14; Romanos 13:8; 1 Juan 4:7,21). En capítulos posteriores un intérprete de la ley le preguntó a Jesús, sobre ¿cuál era el mayor mandamiento? A lo que Jesús de manera magistral (citando Deut. 6:5) respondió: El primer mandamiento, y el más importante, es el que dice así: “Ama a tu Dios con todo lo que piensas y con todo lo que eres.” … Y el segundo mandamiento en importancia es parecido a ése, y dice así: “Cada uno debe amar a su prójimo como se ama a sí mismo. (Mateo 22:37,39). El más importante mandamiento reside exclusivamente en la Persona de Dios, amarlo con todo nuestro ser, ninguna parte de nosotros debe tener una inclinación preferentemente hacia algo que no sea Dios.
“El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí;”
Jesús refiere que ser discípulo suyo implica el más serio y profundo de todos los compromisos, amarlo por encima de o más allá de los lazos familiares. Nada ni nadie debe usurpar el lugar preeminente que le pertenece absolutamente a Jesús en nuestros corazones. Todos aquellos que rehúsan darle el lugar que merece Jesús, sencillamente no pueden ser dignos de Él, es decir, no pueden ser contados como sus discípulos.
En el Evangelio de Lucas, paralelo al versículo que meditamos, se cita: Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Si Jesús nos invita a amarle por encima de todo, es porque es Él Quién nos ha amado con amor Eterno, de Él proviene la plenitud, el verdadero gozo y es la mayor fuente de felicidad, ¡solo en Jesús hay suficiencia! Nuestro Señor es infinitamente glorioso y bondadoso, y solo Él puede satisfacernos por completo y para siempre, cosa que ni las personas más cercanas ni nadie podría hacerlo tal como Él lo ha hecho, lo hace y perpetuamente lo hará.
La orden es clara; primero es Jesús y después de Él todo lo demás. Cuan difícil es de aceptar esta maravillosa verdad, pero solo puede ser abrazado por aquellos que han recibido de las riquezas de Su gracia, aquellos que han experimentado fielmente la obra regenerativa del Espíritu Santo en sus corazones. Jesús no demanda mucho, lo pide todo.
A todo esto ¿Qué lugar en nuestra vida ocupa Jesús? ¿Merece alguna persona mayor amor que el que tenemos por Jesús?
La invitación que hoy recibimos de parte de Dios, a través de Su Gloriosa Palabra es a amarle con todo y, sobre todo. No existen términos medios al momento de rendir nuestra vida al Señorío de Jesucristo, tampoco el que sea una opción secundaria dentro de nuestra larga lista de prioridades. Sencillo, ¿es todo o es nada? El Señor Jesús es el único autorizado para pedirnos todo nuestro amor, pues Sólo Él es capaz de correspondernos perfectamente.