Ni una sola palabra

Día50

 DEVOCIONAL LEVITICO 
“Preparándonos para el encuentro” 
Plan de Lectura: Mateo 27:1-14 

 

 Versículo Clave: Y siendo acusado por los principales sacerdotes y por los ancianos, nada respondió. Mateo 27:12 

 

 

 Ni una sola palabra 

 

¿Por qué Jesús calló delante de sus detractores? ¿Acaso no era la oportunidad para justificar Su causa? A través de su silencio Jesús cumplió fielmente lo que estaba profetizado setecientos años antes acerca de Su padecimiento; “Fue oprimido y tratado con crueldad; sin embargo, no dijo ni una sola palabra. Como cordero fue llevado al matadero. Y como oveja en silencio ante sus trasquiladores no abrió su boca” (Isaías 53:7

El día anterior a esta escena que meditamos, Nuestro Señor Jesucristo estuvo delante del sumo sacerdote Caifás, pues, los principales sacerdotes, ancianos y falsos testigos se habían amotinado y procuraban matarle (Salmo 2:1-2), la irritante acusación habría llenado aquel lugar donde se encontraba reunido el Rey de los judíos y sus trasquiladores. Dicho de paso, el sumo sacerdote le había preguntado: ¿no vas a responder a estos cargos? ¿Qué tienes que decir a tu favor? Pero Jesús guardó silencio (Mt 26:63). 

A la mañana siguiente, fue atado y llevado delante del gobernador romano, Poncio Pilato. Las odiadas acusaciones continuaban en popa contra el Rey Justo, el veneno segregado por las palabras culposas de los religiosos emergía de continuo, en esta ocasión Pilato le dijo: ¿no oyes cuántas cosas testifican contra ti? Pero Jesús no le respondió ni una sola palabra. 

Seguramente todos los juicios presididos por el gobernador habían sido diferentes. Los acusados procuraban defenderse, buscaban argumentos para salir absueltos. Pero Jesús hizo exactamente lo contrario, no dijo nada. Pilato presenció la hostilidad del Sanedrín contra Jesús y se sorprendió de la actitud tranquila y pacífica del Señor. Su silencio causo el asombro del gobernador (v.14) porque Jesús se negaba a defenderse. El silencio de Cristo no era producto de la impotencia, sino del absoluto sometimiento a la voluntad de Dios, la inocencia de Jesús era tan evidente que no demandó defensa de su parte. 

Jesús conocía la pasión, el dolor, la agonía, el sufrimiento y el abandono que se desencadenarían después del dialogo que tendría con Pilato pues sería sentenciado a la muerte física más vergonzosa, cruel y punzante practicada por la entidad romana de aquellos días. El pecado que cargaría sobre la cruz lo esperaba irremediablemente. La cúspide de la demostración del plan redentor se estaba llevando a cabo, el precio del pecado demandaba la sangre del Cordero de Dios. 

Jesús renunció a Su Voluntad, anteponiendo la voluntad de Su Padre, Él así lo había dicho: Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. (Juan 6:38). Fue en el Getsemaní donde Él Hijo Unigénito, la imagen del Dios invisible había expuesto su caso delante del Padre, postrado sobre su rostro orando, inhalando agonía y exhalando gotas de sangre dijo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú. (Mt. 26:39) la dependencia y el sometimiento a la Voluntad Soberana del Señor, le proveía a Jesús el refrigerio necesario para guardarlo, sostenerlo, fortalecerlo y asegurar que todo se llevaría a cabo de acuerdo con el Plan Maravilloso de Redención. La humillación de Cristo en obediencia a Su Padre fue recompensada, Dios lo elevó al lugar de máximo honor y le dio el nombre que está por encima de todos los demás nombres (Filipenses 2:8-9). 

Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigamos sus pisadas (1 Pedro 2:21). Ser cristiano implica estar expuesto al sufrimiento (Filipenses 1:29), a ser vituperados, perseguidos, inclusive a morir a causa del Evangelio, glorioso sea aquel día en el que seamos hallados dignos para sufrir por tener una fe genuina en el Hijo de Dios y seamos bienaventurados por Su causa (Mateo 5:11-12). Jesús advirtió a sus discípulos al respecto, diciendo: Cuando los lleven a ustedes a las sinagogas, o ante los jueces y las autoridades, no se preocupen por cómo van a defenderse o qué van a decir, porque cuando les llegue el momento de hablar, el Espíritu Santo les enseñará lo que deben decir (Lucas 12:11-12). Si hemos de padecer a causa del Evangelio Bíblico, bendito sea el Nombre del Señor, y que en ese padecimiento no expresemos ni una sola palabra, más bien descansemos y encomendemos la causa al que juzga justamente. (1 Pedro 2:22).