¿Jesús no pudo hacer muchos milagros? Fue la pregunta inmediata que me generé al leer este versículo. ¡Espera! Jesús el Hijo de Dios en Quién el Padre se complació (Lc. 3:22), la imagen del Dios invisible (Col. 1:15), el Dador de vida (Juan 5:21), el Creador de todas las cosas (Col.1:16-17), el Sustentador y Supremo de todo (Heb. 1:3), el Salvador del mundo (Lc. 2:11), Él Camino para llegar a Dios El Padre (Jn. 14:6); efectivamente, no pudo hacer muchos milagros.
Cualquier momento era una excelente oportunidad para enseñar y Jesús comprendía y ejercía efectivamente el Ministerio de la enseñanza, por algo es considerado el Maestro de Maestros. En esta escena, Mateo registra que Jesús terminó sus enseñanzas tocantes a los misterios del Reino de los Cielos expresadas por medio de parábolas (Mt. 13:53). La semilla había sido sembrada en Capernaum (Mt. 12:15, 13:1,2,36), donde el terreno era duro y árido. Después Jesús se dirigió a la tierra donde ha crecido (Lc. 4:16) y donde ha pasado la mayor parte de su vida (Lc. 3:23; Mc. 1:9); me refiero a Nazaret, un lugar que era objeto del menosprecio de los judíos por razones históricas y raciales, por eso nazareno era un apodo empleado como recriminación y menosprecio (Mt. 26:71; Jn. 19:19). Exactamente en este lugar Jesús entró en la sinagoga, conforme a su costumbre (Mt. 13:54, Lc. 4:16b), y comenzó a exponer elocuentemente el libro de manera que la asamblea se maravillaba de las palabras de gracia que emanaban sus labios y los milagros continuos que eran hechos procedentes de Su Persona. Los oyentes únicamente se escandalizaban, pues su asombro nada más los conducía a hacer preguntas con matices de incredulidad, dando evidencia a la dureza de sus corazones.
El evangelio de Lucas (Lc. 4:16-30) sinóptico al Evangelio que meditamos, nos muestra más detalles específicos sobre lo que Jesús enseñaba en aquella hora en la sinagoga, y es asombroso ver que citaba fielmente la profecía anunciada por Isaías: El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor. (Is. 61:1-2).
Sin embargo, la callosidad del corazón de cada espectador que se encontraba reunido en aquel lugar no les permitía ver el cumplimiento de esta profecía mesiánica, ni mucho menos percibir y admirar la Presencia de Dios habitando entre ellos lleno de gracia y verdad (Jn 1:14), en lugar de todo esto, solo recitaban despectivamente a una voz ¿no es este el hijo del carpintero? El Cristo anunciado y anhelado por generaciones pasadas se encontraba frente a ellos, manifestando Su Gloriosa Bondad en beneficio de un pueblo extraviado y corrompido, alejado totalmente de Dios El Padre, demostrando la veracidad absoluta de la Palabra escrita al cumplirla sin hacer omisión ni a una tilde del texto. La plenitud de Dios residiendo en la Persona de Jesús, el Ungido del Padre, la personificación de las Buenas Noticias de Salvación, El Sanador, El Libertador, El Pregonero de la Justicia de Dios, tan solo era visto como un sujeto poco trascendente, un religioso más de la época; era evidente el menosprecio que florecía de aquella audiencia, su mezquindad y probable envidia les impedían reconocer la verdad, pues viniendo a los suyos, los suyos no le recibieron (Jn 1:11). Aquella gente inclusive conocía toda la parentela de Jesús, pero desconocían el origen divino de Su Persona.
Como dice un conocido comentarista: Los incrédulos habían rechazado tanto la Persona como la proclamación del Mesías. Habían sellado su destino eterno al endurecer sus corazones y cerrar sus mentes al único que les podía salvar (Jn 3:18). *
¿Cuál fue el resultado de tan grande mezquindad e incredulidad? Pocos milagros.
¿Es posible seguir comportándonos con tanta indiferencia ante la Gloriosa Persona de Jesús? ¿Acaso continuamos viéndole como un personaje influyente en su cultura, religión y contexto? Es muy probable que nuestra reacción ante la proclamación legitima del Evangelio, sea semejante a la de aquellos que proferían ¿no es este el hijo del carpintero? Que la gloriosa luz del Evangelio resplandezca en nuestros corazones, llevándonos a la necesidad urgente de la revelación de la realeza de Cristo. Su Divinidad se encuentra revelada en la Biblia mediante las afirmaciones que Él mismo hizo de sí mismo, así como los hechos gloriosos que demostraron que Él era el Hijo de Dios y Dios mismo.
Evis L. Carballosa “MATEO, La revelación de la realeza de Cristo” p. 482