DEVOCIONAL LEVITICO
“Preparándonos para el encuentro”
Plan de Lectura: Marcos 5:21-43 Versículo Clave: Luego Jesús, conociendo en sí mismo el poder que había salido de él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos? Marcos 5:30
¿Quién ha tocado mis vestidos?
Doce años atrás todo marchaba normal en la vida de esta mujer, los primeros indicios de la enfermedad tocaron repentinamente su vida, el flujo de sangre llegó para quedarse. El dolor y la vergüenza eran los principales aliados de este padecimiento. Seguramente recorrió desesperadamente cualquier rincón, en búsqueda de un médico, sin importarle cuanto gastara (se considera que no tenía gran fortuna) y cuanto tenía que sacrificar para volver a un estado óptimo de salud, sin embargo, hasta el momento todo había sido en vano. Su estado físico decaía gradualmente. El conocimiento del Nazareno como el que hace señales se había difundido no solo en Jerusalén, capital del país, sino también en las regiones circunvecinas, los milagros y prodigios que eran realizados por Él daban fiel testimonio de que la Deidad habitaba plenamente en Su persona. Multitudes arribaban al punto geográfico donde se encontrará, algunos con el deseo de encontrar salvación, otros para presenciar Sus proezas, otros para juzgarle y tentarle, y el resto porque comerían gratuitamente. Inevitablemente la fama de Jesús llegó a los oídos de aquella mujer, la situación cada vez empeoraba pues ahora el flujo de sangre era incontrolable. De acuerdo a la ley mosaica ella era inmunda y nada ni nadie podría acercarse a ella para no ser contaminado (Lev. 15:19-30). Todos los días la mujer lidiaba con la carga física, emocional, espiritual y cultural. En aquella hora Jesús se desplazaba a casa de un principal de la sinagoga llamado Jairo, la razón; su hija estaba agonizando. Durante el trayecto era seguido por gran multitud, de manera que lo atropellaban en su andar, en medio de aquel gentío repentinamente la mujer de flujo de sangre “vino por detrás entre la multitud, y tocó su manto. Porque decía: si tocaré tan solamente su manto, seré salva” (Mr. 5:27-28). Seguramente la historia de aquella mujer era bien conocida en la zona, catalogada como inmunda y abandonada por Dios, las personas tenían noción que, al tener cualquier tipo de contacto con ella, inmediatamente se contaminarían, por lo que intencionalmente cedieron paso, permitiéndole aproximarse hasta Jesús. Ahora, es importante mencionar que, en el contexto del relato bíblico, las mujeres no podían hablar públicamente o en privado con un Maestro y si a esto le añadimos su condición inmunda, no existía ni la más mínima posibilidad de que su intento trascendiera. La mujer lo sabía por lo que su arribo a Jesús fue en secreto, meramente tocaría su manto, y aun así solo una de las cuatro borlas de lana que todo israelita debía llevar en las esquinas del manto cuadrado que usaban para recordar la ley de Dios. Al tocar el manto del Señor, técnicamente Jesús también se volvía inmundo, pero él está por encima de todas las leyes de pureza, porque la purifica con su poder, en vez de volverse él inmundo. Es asombroso leer que la petición que perseguía la mujer, radicaba en su salvación, la expresión “si tocaré tan solamente su manto, seré salva” (Mt 9:21; Mr 5:28). ¿A caso la mujer quería ser sanada físicamente? Efectivamente, de hecho, las palabras “seré salva” provienen de sothesomai (σωθήσομαι), y este término viene de sózo (σώζω) que significa “sanar, librar, preservar, proteger, misericordia”. La petición de la mujer implicaba un deseo de recibir sanidad física y espiritual. Es evidente que la fe de esta mujer no era perfecta, pues creía que el acto de tocar era necesario y que Jesús nunca se daría cuenta de ello. El resultado de aquella fe, produjo que la fuente de sangre se secara y que su cuerpo regresará al diseño original que un día tuvo. “Luego Jesús, conociendo en sí mismo el poder que había salido de él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos?” (Mr. 5:30) Jesús se dio cuenta que había sanado a alguien, no sólo sintió que lo tocaron, sino también que había sido tocado por alguien que confiaba en su poder sanador. La pregunta no tenía tintes de molestia, más bien contenían la esencia de Su Misericordia y compasión. La mujer temblando por la incertidumbre de ignorar si El estaría enojado “… vino y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad” (Mr. 5:33). La mujer sintió un profundo temor reverencial, ante la poderosa presencia de Dios, que le acababa de sanar. Fue notorio la confianza en Jesús y la sincera gratitud que sintió hacia él. Jesús la había sanado. Él le había impartido una doble bendición: había restaurado su cuerpo, lo que le impulsó a dar testimonio, de modo que la fe oculta se transformó en fe pública. Sin embargo, la bendición más grande y gloriosa fue El regalo de la salvación, recibida por gracia mediante la fe. “Y él le dijo: Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana da tu azote” (Mr. 5:34). Esta maravillosa porción bíblica guarda una conexión impresionante con el Salmo 50:15 “Invócame en el día de la angustia, te libraré, y tu me honraras” La mujer de flujo de sangre confío plenamente en el poder sanador y salvador de Jesús, de manera que al instante fue librada de su desesperación, y como resultado de este increíble milagro ella se postró delante de él, reconoció Su Señorío y Deidad, la mujer honro a Jesús. La salvación es una dádiva de Dios, y esta al alcance de todo aquel que cree en el Hijo de Dios.