Cada día, la vida devocional nos brinda una oportunidad para profundizar en nuestra relación con Dios a través de Su Palabra y Su Espíritu. Asimismo, contemplar las glorias del evangelio de Cristo y ver la maldad de nuestros corazones florecer en nuestra intimidad con el Señor. En el salmo 63:1, el salmista expresa su anhelo por la presencia de Dios: "Dios, tú eres mi Dios; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti". Este texto bíblico nos encamina a meditar sobre cómo abordamos nuestro tiempo de devoción. ¿Lo vemos como una obligación o como un deleite? En medio de nuestras rutinas diarias, pidamos a Dios que nos infunda un ardiente deseo de disfrutar su compañía, que nuestra sed por Él crezca y que encontremos en la comunión diaria con Él un refrescante manantial de bendición (Nancy Demoss “El lugar apacible”). Desarrollar una vida devocional es una tarea ardua, pero muy enriquecedora, ya que nos permitirá confiar en la soberanía y la sabiduría de Dios, incluso cuando no podemos ver el final de nuestras circunstancias. En Romanos 8:28, Pablo asegura que "sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien". Aunque nuestras pruebas y luchas puedan parecer confusas o inciertas, podemos confiar en que Dios está obrando hábil y tiernamente en nuestras vidas. Él tiene un propósito divino en cada experiencia y nos guía hacia su propósito eterno. Nuestros gozos y penas reflejan aquello que adoramos. Como se nos enseña en Mateo 6:21, "donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón". Es mi oración que nuestro mayor tesoro sea el Dios que reina soberano, y que nuestro gozo esté anclado en Su reinado eterno. Mientras vivimos en esta esperanza, recordamos que un día Cristo vendrá para poner fin al mal y reunir a Su pueblo en un gozo eterno. Como se proclama en el Salmo 144:15, "Bienaventurado el pueblo cuyo Dios es el Señor" (“Un año con Jesús” Ed. B&H). Que nuestra vida devocional nos acerque a este gozoso y seguro conocimiento.